sábado, 21 de junio de 2008

El gesto de la espalda


Cuando te sodomizo o, mejor dicho, justo antes, cuando te ofreces de espaldas a mí, tiene lugar el instante más intenso de tu entrega, sólo superado por la molestia de la penetración en sí. Los dos lo gozamos porque lo percibimos como tu indefensión una vez más, y tu dolor y humillación al servicio de mi placer.

En cierta ocasión, cuando te estaba penetrando a cuatro patas, te mordí la oreja y te susurré que me disponía a cambiar de orificio. "¡No, no, no lo hagas!" gritaste tú, porque en aquel momento y de aquella manera no hubieras podido soportarlo. Entonces añadiste "¡Imagínate que lo has hecho! Sigue follándome... ¡pero imagina que lo has hecho!". El sucedáneo, puramente de fantasía, funcionó como el mejor de los afrodisíacos y los dos gemimos, mientras repetías tus súplicas, aterrada por la posibilidad de que no tuvieran efecto.

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