jueves, 22 de mayo de 2008

Tu intimidad entendida como docilidad


Con una sumisa tuve una relación corta y restringida. Nos limitábamos a ir a cenar, como si fuéramos una pareja más. Elegíamos restaurantes muy llenos, donde los camareros estuvieran agotados, donde hubiera mucha gente y mucha confusión. También los elegíamos para que se pagara en un sitio con posibilidades de estar un poco escondido (estos restaurantes que la caja no está muy a la vista del público).


La obligación de la sumisa era pagar la cuenta en efectivo, con un billete grande, de manera que sobraran unos o dos billetes en el cambio (5 euros normalmente). Entonces ella tomada el billete y a la vista del camarero se lo metía por su pantalón en las bragas. Luego le decía al camarero que la propina estaba allí y que podía recogerla. Sólo lo hicimos contadas veces, porque cada vez que se atrevía estaba a punto de morirse de vergüenza. Hubo dos camareros, con los que le hice repetir, que le magrearon el coño como quisieron y durante el rato que pudieron mientras "buscaban el billete". Cuando íbamos a un restaurante en el que estaban estos camareros, ella comía todo el tiempo con la cara roja de vergüenza, y suplicando que no la obligara a volverlo a hacer. Al final, cuando daba la propia, lo hacía con la cabeza baja, sin atreverse a mirar al camarero.


Os adjunto una foto de internet de este estilo, aunque no es, ni mucho menos, lo que hacía yo con ella.

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